

El Mundo según Algar Vygotsky
Manual inútil para superar lo insuperable
Sarcasmo, humor negro y las etapas del duelo que no te contaron.
¡Buenas! ¿Cómo están? Espero que bien, porque yo… bueno, digamos que me estoy graduando con honores en «cómo fingir que todo está bien cuando claramente no lo está».
Hace poco me tomé unos días. No de vacaciones —porque si me ven con un daiquiri en la mano, alguien tendría que llamar a una ambulancia—, sino para hacer una “prueba emocional”. Y no, no es algo emocionante como esas cosas que hacen los influencers: tirarte de un parapente o caminar por brasas. Esto es más del estilo: “Vamos a jugar a ver cuánto dolor aguanto sin convertirme en meme”.
Porque claro, hay un tema que algunos ya saben: hace dos años perdí a alguien muy importante para mí. Y cuando digo perdí, no es que lo dejé olvidado en el colectivo o en un shopping. No, fue algo mucho más definitivo. Perdí a un niño de 5 años. Y antes de que digan algo como “es algo que todos pasamos en la vida”… ¡NO! ¡Paren ahí!
Cuando mi hermana me dijo eso, me dieron ganas de regalarle un pasaje de ida a Mordor, sin mapa y con Gollum como guía turístico. Porque una cosa es perder a alguien mayor: “Ah, la abuela se fue… bueno, ya estaba vieja, le gustaba el asado, odiaba la política, dejó un par de recetas de empanadas”. ¡Es triste, sí, pero es lógico!
Pero cuando se trata de un niño… ahí no hay lógica. No estás llorando lo que fue; estás llorando lo que NO fue. Es como si la vida te hubiera dado un tráiler espectacular de una película que jamás se va a estrenar. Entonces, te quedás atrapado en un duelo en el que no hay buenos recuerdos que te consuelen, porque el único consuelo es imaginar lo que pudo haber sido. Y ahí te quedás, mirando un álbum vacío de fotos mentales.
Y ahí es cuando aparecen las soluciones mágicas de la gente: “Tenés que soltar” (como si fuera un globo). ¡¿Ah, sí?! ¡Qué fácil lo dicen! Así que me puse manos a la obra: cerré mis redes, borré fotos, cambié el fondo de pantalla por uno genérico de Windows que me odia. ¡Incluso dejé de mencionar a esta persona! Pero adivinen qué… ¡SIGO IGUAL!
Así que ahora estoy esperando que “soltar” haga efecto. ¿Dónde está el botón para reiniciar el duelo? ¿Me tengo que suscribir a algo? ¿Hay que mandarle un mail al Ministerio de la Felicidad? ¿Hay que pedir turno en ANSES? ¿O será que el dolor emocional se procesa como los servicios de internet, mes adelantado? “Paga un mes por adelantado, su duelo será procesado en enero. Gracias por su paciencia”. ¡No me jodan!
Y claro, después de dos años, soy oficialmente esa persona de la que todos se alejaron. Porque nadie quiere estar cerca del tipo bajón. Te convertís en el Voldemort de las reuniones: “No lo nombren… está triste”. ¡Gracias, chicos! Igual yo tampoco me soportaría, pero miren, acá estamos: juntos leyendo, en una página donde no cobro por hacerlo.
Y ojo, yo entiendo que la gente no tiene la obligación de soportarte. Pero si me vas a decir “soltá”, por lo menos explicame cómo. Porque el problema con esta frase es que parece la solución a todo: “¿Estás triste? Soltá. ¿Te duele la cabeza? Soltá. ¿Se te quemó la milanesa? Soltá”. ¡No, flaco! ¡Esto no es un tutorial de yoga!
Y gracias al cielo (guiño) no tengo religiosos cerca. Porque si alguien me llegaba a decir “Dios lo quiso”… uff. «¿Ah, sí? ¡Qué generoso el tipo! Me sacó al niño para meterlo en su equipo de ángeles. Y yo acá, sin ganas de vivir, gracias». ¡Qué caprichoso Dios, eh! Le gusta coleccionar figuritas que no eran suyas. Me imagino a Dios mirando mi vida como un tipo jugando al SimCity: “Vamos a sacarle al niño, a ver cómo reacciona”. ¡No, maestro! Mejor dame un tsunami o un incendio, pero no te metas con los niños.
El colmo es que, para los religiosos, la solución es confiar en el mismo que te sacó todo. Es como si te robara el auto un tipo, pero después él mismo te ofrece un Uber. ¡No, señor, muchas gracias!
Y hablando de soluciones mágicas, ¿vieron las famosas “etapas del duelo”? Que son cinco, o siete, dependiendo del psicólogo que leas. ¡Qué hermoso! Como si el duelo fuera un videojuego: “Bien, pasaste la etapa de negación. Ahora desbloqueaste la de negociación”. Yo debo estar en la etapa de bonus: “Pérdida crónica con depresión acumulada”. A mí me faltan las instrucciones y me sobra el masoquismo…
Porque, seamos honestos, nadie habla de las partes del duelo que no están en los libros. Por ejemplo: las miradas incómodas. ¿Saben cuántas personas me han mirado con cara de “Uy, qué bajón, mejor me corro de este quilombo”? Un montón. Y no los culpo. Si tuviera la opción de escaparme de mí mismo, ya estaría en un crucero en el Caribe.
Pero ¿saben qué? Si tienen a alguien en su vida que está atravesando un duelo, NO LO DEJEN SOLO. Aunque sea pesado, aunque repita lo mismo mil veces. Porque la soledad es como el Facebook de las emociones: te llena de recuerdos que no querías ver, y encima nadie te pone “me gusta”.
Lo que necesitamos cuando estamos mal no son soluciones rápidas ni frases motivacionales. Necesitamos alguien que esté ahí, aunque sea para sentarse a tu lado y decirte: “Che, esto es una mierda, pero acá estoy”. Porque si algo aprendí de esta experiencia es que el duelo no se supera: se administra. Así como un sueldo, solo que en vez de alegrías, vas distribuyendo penas.
Así que, en resumen: si conocen a alguien que está pasando por esto, no le digan que «suelte» ni que «confíe en Dios». No sean esa persona. Sean el amigo que lleva birra y dice: “Che, ¿vemos una película y lloramos un rato?”. Porque a veces, eso es todo lo que necesitamos: alguien que esté ahí, aunque no tenga idea de cómo arreglarte de lo roto que estás.
Yo todavía estoy esperando que mi duelo se haga “realisable” como dicen en los libros. Mientras tanto, al menos sé que puedo venir acá, hacer chistes sobre lo jodida que está mi vida, imaginando que le saco una sonrisa aunque sea a uno solo de ustedes.
Gracias por estar acá. Cuídense, cuiden a los suyos… y no le den tantas ideas a Dios.
